Tengo 10 años.
Mis compañeritos juegan en el recreo, y preparan su fiesta de fin de año para dentro de unos días.
La semana que viene yo voy a ser “descartado”.
Mi vida en una congeladora fue bastante aburrida.
Cómo anhelé poder hablar con mamá, correr, conocer un Shopping, ir al colegio (hasta la clase de francés hubiera preferido) como lo hacen otros chicos de mi edad.
La gente que trabaja aquí charla. Hay una chica muy joven de pelo enrulado que siempre anda corriendo. Suele llegar desalada, con el pelo escapándose de las hebillas, una mochila y algún juguete en la mano.
-Casi no llego a dejar a Camila, hay piquetes por todas partes, el colectivo estuvo veinte minutos parado en la esquina de Paso e Hipólito Irigoyen.
Ahora ya sé que Camila es su hija. Le llevo cinco años, pero no conozco ninguna salita: ni verde, ni azul, ni rosa, ni celeste.
Tengo un secreto que nadie sabe:” Si hubiera ido al jardincito, me hubiera tocado sala rosa: SOY UNA NENA”
También suelo ver a un hombre de cara cansada, pelo encanecido. Cumple puntualmente con su trabajo.
Aparece a la mañana, temprano, con una agenda y una carpeta haciendo juego. Es un regalo de sus hijos conmovidos por verlo usar siempre las mismas bolsas plásticas vueltas del revés para esconder las publicidades.
No puedo evitar sentir un gran afecto por él y muchas veces quisiera poder cambiar ese aspecto fatigado. Me gustaría tener esa magia que le transforma la expresión en ciertas ocasiones cuando suena su celular y ve la pantalla:
- ¡Es mi nieta! Hola. ¿Qué estabas haciendo? Ah, si. ¿Tu mama te lo dio? Es para que te compres algo en el kiosco...
¡Lástima no tener una abuelo! Me gustaría, alguna vez, poder escuchar ese “hola” tan alegre cuando aparezco, pero eso no sucede nunca porque nadie se da cuenta de que estoy aquí.
Además, a pesar de mis casi diez años, hay tantas cosas que me resultan imposibles, soy chiquita, impedida, no puedo ni hablar ni moverme. Sin embargo el tiempo pasa.
¡Qué raro! Los otros de mi edad: no son así.
Y mientras tanto, dentro de 15 días: me van a descartar. Yo sé perfectamente que es eso, en realidad: me van a matar.
Lo comentan la técnica jovencita, el hombre canoso y ese chico flaco que tiene una hermana como yo (de 9 años y 3 meses) que va a volley y hace circo una vez por semana.
Claro, ellos no piensan que yo me doy cuenta. Si lo supieran no lo harían supongo… o, por lo menos, no lo dirían al lado mío, que puedo ser su hija, su nieta, su hermana…
Hoy. Durante el almuerzo estuvieron comentando un artículo sobre la desnutrición en el norte. Mostraron las fotos, compadecidos, de varios chicos a los que se trataba de alimentar artificialmente (como a mí).
Yo no quiero ser quejosa, realmente me da mucha pena verlos, pero pienso que por lo menos ellos han podido apoyarse en el pecho de su mamá, y al fin y al cabo tienen a alguien que se apiada y trata de ayudarlos…en cambio a mí…
¡QUE SOLA ESTOY!
Si, estoy sola y debo prepararme. Debo aprovechar estos quince días.
Me gustaría pasarlos enteros con ellos (yo juego a que son mi familia) pero desgraciadamente, no puede ser. A cierta hora deben partir para sus casas ¿cómo serán sus casas? Serán como esta mía: blanca, fría, susurrante. Cuando los oigo hablar me parece que no, pero no puedo imaginarme.
Alguien me habla. Me hace saber que no estoy totalmente sola y que no voy a estarlo en el momento supremo, pero de todos modos siento algo como un peso enorme.
Siento miedo. O lo que pienso que debe ser miedo. Una vez escuché a una amiga de la técnica: “Tengo mucho miedo de que no me quiera”.
Y eso es lo que yo siento: tengo mucho miedo de que no me quieran.
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